"Acá estoy, mamá, revuelvo bolsas de datos, naufrago en el infinito de la incertidumbre. Desesperada te busco, Nadiya, necesito algo más que las letras de tu nombre, para saber cómo estás y dónde, para que me cuentes quién soy, qué hacíamos cuando éramos una sola. ¿Me buscás vos también? Estoy como esas personas que dan vuelta toda la casa tratando de encontrar el par de anteojos que en realidad llevan colgado al cuello. Así, mamá, estoy, te llevo en el cuerpo. Acá estoy, soy esto, una hija de la técnica, una vida tarifada, un bicho del creacionismo.
Me hice cautiva de mi propia y única obsesión, quedé atrapada en un pantano gigante y espeso desde donde pretendía rastrear a la mujer que me había traído al mundo. La sola idea de comenzar a hacerlo, de pensar en formas posibles de hacerlo, constituía mucho más que un propósito: era el impulso que me mantenía con vida en esa gestación urbana que era el encierro."
"Lo digo en voz alta: Papá-nos-quiere, papá-nos-quiere, papá-nos-quiere, y pongo ante mí, como en un cine, la imagen de ese hombre que siempre dice mamá que da mucha lástima porque se quedaría desvalido sin ella, que si se enferma no quiere ir al médico y aguanta muchos días en cama sin apenas quejarse.
Mientras oigo sus zancadas en el pasillo, repito: Papá-me-quiere, papá-la-quiere, papá-nos-quiere. Le voy a dar un beso por compasión, porque no sabe lo que hace, porque tengo que poner la otra mejilla. Preparo la boquita convencida de mi perdón, también de su inocencia. Me someteré a lo que papá exija, porque he aprendido que si me resisto (¿patadas a su espinilla?, ¿gritos destemplados?, ¿llanto?), habrá un castigo aún peor que el del beso que me está robando...".
"Recordaba que la única vez que estuvo en casa de Guil percibió que algo no encajaba, si bien no sabría decir qué era exactamente. ¿De qué se trataba en realidad? ¿Que no era su casa? ¿Quizá que nadie vivía en ella? En la puerta de su casa no se indicaba su nombre, sino solo el número de la vivienda, y en el frigorífico no había nada de comida. Guil se disculpó diciendo que casi siempre comía fuera, aunque antes le había contado que sus hijas iban a veces a cenar a su casa.
La pastilla de jabón en el lavabo del cuarto de baño estaba ennegrecida y seca, como si no se hubiese usado desde hacía semanas, y en cambio Guil se lavaba muy a menudo las manos. Y había otras cosas que ya observó entonces, como el hecho de que no hubiera rastro de la bicicleta de la que le había hablado, ni en la casa ni en el portal de la vivienda".
"Porque estoy rota y no hay arreglo. No, no hay arreglo. Solo hay dolor. Omnipresente, omnipotente. Un dolor deidad. Un dolor al que dedico las veinticuatro horas del día, un dolor casi placentero, porque solo gracias a él sé que no he muerto. Antes del dolor y Después del dolor, un muro de Berlín entre mis dos vidas. Antes del dolor, los rizos rubios de Milo. Antes del dolor, la luz, los colores, ocho años juntos. Después del dolor, nada. Vacío. Desconsuelo. Angustia. Más dolor.
Me abrazo las costillas para no partirme en dos. Necesito contener la desesperanza que me agrieta por dentro cortándome la sangre, la respiración, el llanto que nace desde lo hondo del vientre y que lenta, muy lentamente, me mata. Me mata, sin acabar la faena porque por desgracia sigo viva".